Casi siempre, cuando nos referimos a espacio público, entendemos un lugar en el que la coexistencia es prácticamente libre.
Se considera un espacio en el que las interacciones sociales se pueden dar sin restricciones.
Sin embargo, esta idea es corta y hasta cierto punto obtusa.
El espacio público tiene distintas interpretaciones y utilidades. En ciertos lugares, por ejemplo, se considera que el espacio público es de nadie, por ser público, y solo puede ser usado para transitar.
Aquí en México, al contrario, muchas personas, sobre todo en situación de informalidad, consideran que, el espacio público, por ser público, es de todos. Y por esta idea vemos personas que viven en las banquetas, vendedores ambulantes que han hecho de las calles su lugar habitual de trabajo e incluso hasta personas abusivas que se apropian de un pedazo de espacio y cobran por la estancia en este.
En fin.
El espacio público se encuentra fracturado. Lo que antes se creía o se consideraba como tal ha ido cambiando junto con los paradigmas de una nueva sociedad. Antes, el espacio público o era un lugar idóneo o era un punto de conflicto.
Ahora, se encuentra en el éter.
Las personas que transitan el espacio público cada vez se vuelven más invisibles. Estar ahí es enfrascarse en uno mismo, para atravesarlo lo más rápido posible y llegar al verdadero destino.
¿En donde se perdió lo público dentro del espacio público? ¿Cuándo fue que se fracturó la visión de grandes urbanistas como Le Corbusier, que, a pesar de que buscaban control sobre interacción, consideraban al espacio público como una cuasi utopía?
Yo creo que la situación aún no está perdida. El espacio público se tiene que transformar. Desafortunadamente, las transformaciones suelen ser incompletas cuando no están precedidas por una fractura. Viéndolo desde un punto de vista optimista, esta fracturación de la idea de lo que espacio público representa, más que una crisis, una oportunidad.